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Después de varias monótonas jornadas, aquellos hombres decidieron divertirse a costa del viejo.
-Mira, anciano, estamos llegando a la tierra de tus antepasados, esas montañas que vemos las contemplaron tus ojos cuando eras niño.
El viejo, a pesar de no recordar nada, se sintió dichoso de ver aquellas cumbres. Horas después llegaron a unas casas en ruinas.
-Mira, anciano, seguro que entre estas piedras jugaste en tu infancia.
El viejo, al ver aquel pueblo abandonado, no pudo dejar de emocionarse. Al rato, llegaron a un olvidado cementerio.
-Mira esas tumbas -le dijeron, continuando la broma-. Aquí con seguridad están enterrados tus padres, y los padres de tus padres.
Al oír estas palabras, el anciano no pudo contener la emoción, y estalló en lágrimas. Arrodillado frente a aquellas tumbas, a aquel viejo le venían a la memoria mil y un recuerdos de su niñez, le inundaban el corazón viejas y añoradas sensaciones, la nostalgia invadía su alma con un caudal de emociones. Pero viendo aquella escena, los viajeros se
compadecieron del anciano y acordaron contarle la verdad.
-Sentimos decirte esto, pero la verdad es que queda aún mucho camino hasta que lleguemos a la patria de tus antepasados. Decidimos gastarte esta broma sólo por entretenernos. Te rogamos aceptes nuestras disculpas. El anciano se levantó en silencio, recogió sus cosas y reemprendió el camino. Llegada la noche, y ante el mutismo del viejo, sus compañeros de viaje volvieron a expresarle su pesar por la broma.
-Apreciado amigo, tu silencio nos produce hondo pesar, volvemos a
pedirte perdón por nuestra conducta.
-Mi silencio nada tiene que ver con vuestra conducta que ya he olvidado -contestó el anciano-, se debe a que no he encontrado respuesta a una pregunta que me atormenta: ¿Cómo es posible que haya emociones verdaderas cuando éstas provienen de hecho falsos?
Fuente: Los 120 mejores Cuentos de Oriente. Ramiro Calle
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