Excepto el infinito, todo tiene un límite.
Multitud de grandes desastres personales, empresariales y políticos se producen porque en un momento determinado el protagonista, envalentonado de éxitos puntuales y en su ofuscación, supera el límite de su fuerza y su poder. De forma inevitable y sin excepción, cuando esto ocurre, lo que había sido constante ascenso inicia su inflexión hacia el nublado precipicio del fracaso.
Empresas que quisieron crecer demasiado rápido, personajes que chulearon enfrentándose con el poder establecido, parias mentales que se atribuyeron todos los éxitos y despreciaron la fuerza y la entrega de sus colaboradores, amantes convencidos de que en su colchón estaban los límites del universo. La lista es infinita, pero siempre tiene un denominador común: la soberbia.
Después de alcanzar la cima sólo quedan dos opciones: permanecer o descender.
Permanecer requiere ejercer un liderazgo vigilante, que es no ceder a la desidia y conducir el rigor, y al unísono exhalar una cultura contagiante, que es el saber animar a compartir el sudor y el pódium.
Descender es lo más fácil: es hacer exactamente todo lo contrario.
Los grandes genios lo son en la medida en que saben guardar una prudente distancia con sus propios límites, que es el punto exacto donde se inicia el precipicio.
Joaquín Lorente, Piensa, es gratis
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