El viejo cantante de fado

La terraza de mi casa mira hacia el poniente, por lo que tiene la ventaja de que, en los días claros de invierno o de verano, la luz del sol le da de lleno durante casi toda la tarde. Cierta mañana estaba en esta terraza ocupada con las típicas tareas domésticas, cuando vi la figura humilde y andrajosa de un hombre. Si no era muy mayor, es que estaba maltratado por la vida y por el tiempo.

Para moverse recurría a la ayuda de muletas, pues una de las piernas la tenía atrofiada. Y me impresionó porque, a pesar de su problema, aún conseguía cargar una vieja guitarra clásica.

Se sentó en el bar de enfrente y se puso a cantar. Nada más escuchar su voz, ¡me estremecí! Era tan bella como la de un ángel bendito y sereno, si bien triste. Poco a poco fue llenando todo el ambiente y resonando en las paredes, envolviéndome y elevándome... Sentí cómo mis lágrimas involuntarias se deslizaban hacia el suelo, intuí a las personas emocionadas que se asomaban a todas las terrazas. Y a los niños estupefactos y maravillados que habían dejado de jugar...

Comprendí que estaba viviendo un momento de efímera eternidad, de comunión con otras almas, como si por medios mágicos nos hubiesen invitado a otra dimensión, a un universo más bello, en el que tal vez todo tuviese sentido... ¡O tal vez no!

Por fin, su voz se apagó, y avino un silencio con sabor a vacío, casi opresivo, sólo que al instante siguiente los aplausos tronaron efusivos, las sonrisas se iluminaron y los niños, entusiasmados, empezaron a gritar “¡Otra! ¡Otra!”.

Sin embargo, el hombre, como si hubiese cumplido su misión, asió las muletas y continuó su camino. Bajé corriendo y sólo paré, sin aliento, al alcanzarlo. Era tan evidente que se ganaba la vida cantando que, sin dudarlo un instante, le puse un billete en la mano, pero juro que fue sólo al abrazarlo conmovida y pedirle que nunca jamás dejase de cantar, cuando su rostro arrugado y cansado se suavizó... ¡y me sonrió!

No volví a verlo, pero me gusta pensar que sigue por otros caminos, llorando su fado, cumpliendo su misión. Si por casualidad te lo cruzas, dile, por favor, que no lo olvido.




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