Las dimensiones de la avaricia

Hoy quiero compartir con ustedes estas inteligentes reflexiones del filósofo Fernando Savater.

Los siete pecados capitales

Dar al dinero más importancia de la que tiene, convirtiéndolo en un fin en sí mismo es lo que distingue la avaricia del ahorro, afirma el filósofo español. Así, el avaro pierde de vista toda relación humana porque no reconoce que en cada intercambio reside algo muy profundo: la sociabilidad. En un recorrido por la historia, la filosofía y la literatura desde la antigüedad hasta nuestros días, el autor de "Etica para Amador" hace una radiografía reflexiva y aguda del pecado capital escogido para la segunda entrega de esta colección.

La avaricia

Vivir para acumular millones, caiga quien caiga, no es un buen objetivo. Pero tampoco es un delito, basta con observar cómo engordan y crecen las grandes corporaciones. Son los que dicen: mi trabajo es ganar dinero; el más listo es el que más gana; hay que inventar trucos para ganar más. "¿Por qué me voy a regular?; voy a por todas."

Cuando yo era chico existía la idea del fair play, de lo decente, de que las cosas debían tener una dimensión social y un límite. Esa forma de encarar la vida y los negocios ha desparecido.

La avaricia en la antigüedad era vista como un vicio en sociedades en las que el ahorro era una virtud. Había que distinguir a la persona ahorrativa, que tenía conciencia de sus obligaciones familiares del manirroto. El avaro era el que llevaba el ahorro a situaciones grotescas. No atendía bien ni a sus seres queridos, ni a sí mismo. Lo único que le interesaba era acumular un capital que no se utilizaba para nada. Lo característico del avaro es que esteriliza el dinero, que en lugar de estar en movimiento queda paralizado. Así convierte un elemento fluido y útil en algo totalmente inservible.

Nuestra sociedad, en cambio, incita al derroche, al consumo y al gasto. El sistema considera subversivo frenar el flujo monetario.

La avaricia además ha inspirado magníficas obras, como por ejemplo El avaro de Molière. Allí retrató la esencia de un hombre capaz de vender su alma por dinero. La obra muestra una viva pintura de la avaricia, con la más alta comicidad y el más fino sentido satírico. El autor se apoya en el sentido común, acepta al mundo con franqueza y procura mostrar que los excesos en todo género son fatales para la vida social normal.

Otra dimensión de la avaricia es la usura, que ha sido tradicionalmente denunciada. Llamamos usureros a aquellos que utilizan el dinero como una forma de obtener más dinero. Pero es una situación que está generalizada, por ejemplo en los bancos y las tarjetas de crédito. Estamos en manos de usureros internacionales que nos cobran por nuestro dinero. El caso más frecuente sucede cuando te llega un cheque al banco el lunes y recién te lo acreditan el viernes, sin que puedas hacer nada frente a esta maniobra tan extendida.

Una de las historias más polémicas respecto de este tema fue el enfrentamiento de Felipe el Hermoso, rey de Francia, con la orden de los Templarios. Estos caballeros comenzaron como un pequeño grupo militar en Jerusalén, cuyo objetivo era proteger a los peregrinos que visitaban Palestina luego de la Primera Cruzada. Con el correr de los años lograron concretar un sistema de envío de dinero y suministros desde Europa a Palestina. Desarrollaron un eficiente método bancario con el que se ganaron la confianza de la nobleza y los reyes. Así erigieron una enorme fortuna y quedaron rodeados de deudores en muchos casos quebrados y sin posibilidad de devolver lo que habían pedido. Pero en 1307 uno de sus deudores Felipe IV el Hermoso de Francia, junto con el Papa Clemente V, se confabularon y detuvieron al gran maestre francés, Jacques de Molay y a sus principales lugartenientes, todos acusados de sacrílegos y de mantener relaciones con Satanás. Bajo tortura la mayoría de los apresados fueron quemados en la hoguera. Poco después el Papa suprimió la orden templaria y sus propiedades fueron asignadas a sus principales rivales, los Caballeros Hospitalarios, aunque la mayor parte quedó en manos del rey francés y de su colega inglés, Eduardo II.

En este caso en lugar de liquidar la deuda, los deudores decidieron liquidar a los acreedores. Allí hubo una pugna de poder y dinero.

Lo curioso es que el catolicismo ha sido muy severo con la usura, pero también con el comercio y con el dinero en general. En cambio fue muy favorable al poder, la gloria y el triunfo militar. La histórica visión católica pasaba por el guerrero, el luchador del mundo, el arcángel San Gabriel como una especie de capitán de los ejércitos celestiales. Frente a esta imagen se plantaron los protestantes, quienes aceptaron con mayor beneplácito al dinero, al comercio y al negocio, mientras que desconfiaban de la gloria de los grandes capitanes.


Usura, bancos y religión

A diferencia del gozador, el avaro endiosa el cheque. Por ejemplo, el lujurioso no quiere un cheque, quiere una moza. El cheque en definitiva es un trámite para llegar ella. Pero para el avaro lo importante es el cheque y no lo que puede conseguir con él. La felicidad está en tener el cheque.

Uno debe saber, como contrapartida, que por mucho dinero que tenga no va a poder encontrar más cosas de las que se pueden hallar. Porque al final, una vez que has comido tres veces al día, has follado razonablemente, has visitado algunos lugares en el mundo y tienes buena salud, no queda gran cosa por hacer. Te puedes dedicar a la poesía, a escuchar grandes obras musicales, a escribir, pero no mucho más. Los placeres materiales tienen un catálogo muy reducido. Todos sabemos que lo que se puede obtener no es infinito, pero al menos es indefinido mientras está en forma de dinero. Mientras tú lo tienes en la cartera imaginas que existen posibilidades ilimitadas de conseguir cosas, que pueden llegar a ser decepcionantes una vez que has cumplido con esos deseos.

La avaricia consiste en darle al dinero más importancia de la que tiene. Convertir un medio en un fin. El dinero no es más que dinero. Cuando mueres y dicen de ti: "Dejó una fortuna". Hombre… me parece bien dejar hijos, libros, obras, recuerdos, hasta dejar enemigos. Todo esto tiene cierta gloria, pero dejar dinero es una tontería. Se trata de una oportunidad no aprovechada. Dejar 300 millones en el banco, es perder 300 millones de oportunidades de habérsela pasado bien.

En el fondo, el dinero es la más melancólica de las cosas que puedan obtenerse. Cuando llega el día del último viaje, tú puedes decir: "Que me quiten lo bailado". Es decir, que me saquen lo que he comido, lo que he bebido, lo que he follado y lo que me he divertido. Pero el dinero nunca me lo podrán quitar porque me lo he gastado en todo lo anterior.

Sin embargo, la avaricia como todos los pecados tiene su lado bueno. El afán de poder y de gloria es ilimitado, o sea que no hay modo de controlarlo. En cambio la ambición de dinero es calculable.

De hecho, entre los siglos XV y XVI, los grandes de este mundo pasaron de ser guerreros predatorios a ser financieros brutos, algo que muchos de sus vasallos vivieron como una mejora, porque alguien que sólo quiere dinero es predecible. El problema es cuando quieren salvar tu alma. Es mucho más fácil entendérselas con Al Capone que con Osama Ben Laden. Capone era una persona como nosotros, con un poquito menos de escrúpulos. Lo que quería Al, era más o menos lo mismo que los demás: comer, follar, ser rico, aunque con métodos cuestionables, y que si bien no son justificables podemos llegar a entender. En cambio, no sabemos lo que quiere Ben Laden. Es parecido a los nobles de los siglos XI y XII que pretendían ser el brazo más fuerte de la cristiandad. Eran personajes indomables, porque deseaban cosas que nadie les iba a dar, que sólo las conseguían arrebatándolas. Si tú quieres la gloria, tienes que tomarla tú mismo, esa es la gracia de lo glorioso. Sólo cuando el poder era absolutamente insobornable se ejercía sin piedad y aplastando a los demás. Todo esto cambió cuando se pudo sobornar y comprar, aunque fuera parcialmente, al poder para que te dejara tranquilo. Pese a lo concreto que parece, el dinero es el más inmaterial de todos los bienes.

El pensador alemán Arthur Schopenhauer decía que el dinero es felicidad abstracta. Ser feliz porque tienes una gran cuenta en el banco, o porque guardas un gran saco con oro debajo de la cama, es algo completamente imaginario. Comprendo que alguien se sienta feliz porque tiene en sus brazos a una mujer hermosa, en su mesa una comida estupenda y una botella de vino incomparable. Yo no termino de entender a aquellos que se sienten felices cuando ven un cheque, que sólo son unas palabras y algunos números.

Pasé mi niñez en el seno de una familia que no vivió apremios económicos, pero siempre tuvimos la sensación de que el derroche era hasta algo indecente. No nos importaba gastar en un libro caro, pero sí en un pantalón de precio exorbitante, cuando se podía conseguir prácticamente lo mismo mucho más barato.

El dinero es el elemento más social que existe. Las personas que creen en él por sobre todas las cosas están enfermas de socialización, porque confían en que todos los demás tocan su misma cuerda. Los suicidios por cuestiones económicas suceden cuando el acuerdo social se ha roto, y acciones que valían tantos millones de dólares dejan de tener valor alguno. Allí está la gente que se pega un balazo, porque toda su fe estaba puesta en la invulnerabilidad de ese acuerdo, que al desaparecer lo deja sin lugar de donde agarrarse.

Igual ocurre con el crédito que transforma al dinero en el máximo ícono de credulidad humana. Todo comenzó con piezas que tenían cierto valor intrínseco: una moneda de oro que pesaba una libra, y que en último término sabías que la podías utilizar para hacerte unos pendientes. El dinero se ha vuelto algo más sutil. Hoy los billetes son cantidades que cambian de columnas en una computadora a velocidad de vértigo, y de una cuenta en Hong Kong pasan a otra en Nueva York. La moneda se ha transformado casi en un elemento del pasado.

Lo que da fuerza al dinero es la necesidad de intercambio, que los seres humanos requieran cosas unos de otros. Si no se deseara nada, no hubiese tenido sentido inventar el vil metal. Lo que permite el dinero es generar un elemento que te da acceso a algo que tiene otro y tú quieres. De no existir, las variantes serían pocas: el trueque, pero allí necesitas que al otro le interese lo que tú le ofreces; o lisa y llanamente sacárselo por la fuerza, robarle o estrangularlo. Pero el avaro es el que convierte este acuerdo social en una idolatría, sin entender la utilidad del dinero, que es absolutamente virtual. Si se tratase de cupones que dijeran: "vale por un frigorífico" o "vale por una merluza en salsa verde", tendría un interés más limitado, ya que si no te gusta la merluza no sabes que hacer con ese vale. La gracia del dinero es que tiene un número y no te dice qué puedes hacer con él.

El avaro gusta de la virtualidad, pero pierde de vista la relación humana. No admite que el intercambio tiene algo muy profundo que es la sociabilidad. Hemos inventado una cosa muy sofisticada para ofrecer y recibir prestaciones, pero aparte de un recurso técnico, de un truco para arreglarnos, alude a algo más profundo: que no podemos vivir sin los demás.


Ni dinero, ni caricias, ni abrazos

Respecto de este tema a comienzos del siglo pasado y bien entradas las décadas, la idea era que los padres tenían que ser muy distantes con sus hijos. Se consideraba que se los malcriaba al prodigarles demasiado cariño. Estábamos frente a una avaricia de sentimientos. Recuerdo que mi padre hablaba de usted con mi abuelo. Los hombres además debíamos ser mucho más contenidos en todas nuestras manifestaciones, no se podía mostrar ternura, afectuosidad y mucho menos llorar porque era tomado como una pérdida de masculinidad. Se inculcaba una avaricia sentimental.

Hay una escena emocionante en el final de El rey Lear. Cuando muere Cordelia, Lear descubre que ya no le puede decir todo lo que ha sido para él. Allí se muestra como un hombre que cae tarde en la cuenta de haber estado toda la vida acorazándose, cerrado al amor por orgullo y egolatría.

El avaro quiere salvarse de los demás, y no contaminarse con ellos. El que dedica su vida a cuidar leprosos, entiende mejor el sentido del dinero, que aquel que lo esconde en un rincón. Porque si bien no ahorra, celebra la relación social. Los hombres tenemos que ayudarnos, no por una bondad natural sino porque nuestra condición hace imprescindible que dependamos los unos de los otros. Por lo tanto, el avaro es el glorificador de un aspecto de la relación social que no entiende, porque de hacerlo, se dedicaría a los demás y no al ahorro desmedido.

Nadie disfruta tanto de la riqueza como quien sueña poder acceder a ella. Supongo, porque nunca lo he vivido, que el millonario vive atento a los problemas y las asechanzas. Pero el que sueña con los millones del otro, lo imagina como algo que jamás tendrá. Pura felicidad absoluta.

La avaricia fue el gran argumento que sirvió para sembrar el antisemitismo. En muchos países de Europa, a los judíos no se les permitía tener tierras, ser nobles, armar ejércitos. Lo que ganaban en el comercio, lo tenían que invertir en negocios de especulación económica. Sólo podían ser banqueros, porque no les dejaban crecer en otra dirección. Pero luego, se los acusaba de tener un negro corazón, por ocuparse fundamentalmente de cuestiones relacionadas con el dinero. Lo curioso es que se creó una gran casta de banqueros y financistas, pero los mismos que les impedían otros caminos, eran quienes les reprochaban sus habilidades.


Los límites de la generosidad

La contrapartida de la avaricia es la generosidad. Pero en realidad sólo puedes ser generoso si tienes poder. Ayuda al otro el que tiene excedentes, capacidad y elementos para hacerlo. El enfermo terminal o el mendigo, por ejemplo, por más que lo quieran, no pueden ejercer su generosidad, porque les faltan fuerzas o recursos. Es una virtud que promueve el utilizar en beneficio de otros, bienes que se podrían aprovechar exclusivamente para uno. Lo importante no es el método que usamos para el intercambio social, sino el mantenimiento social en sí mismo. El hombre de fortuna tiene que entender lo siguiente: "Usted se ha hecho rico por su talento, su astucia, su falta de escrúpulos, pero en último término lo hicieron millonario los demás, la sociedad en su conjunto."

Quienes merecen un análisis aparte son los políticos, una verdadera casta poco generosa en el mundo. Suelen ser tan sectarios, que ante la posibilidad de que se realice una obra pública o se tome una medida que beneficie a la comunidad, preferirían que no se concretara, si es un partido adversario el que puede llevarse el mérito. El dinero no es el motivo fundamental de su avaricia, sino la reputación y la búsqueda de reconocimiento que es en lo que basan su prestigio para obtener más poder. Los partidos políticos son sectarios casi hasta la caricatura. Son incapaces de reconocer un acierto o tener un gesto generoso para el adversario si esto disminuye sus posibilidades publicitarias.

Otra eterna pregunta es: si tú vas por la calle y un pobre te pide dinero ¿qué tienes que hacer? Decirle: "¡Sublévese contra el mundo capitalista, ¡hay que hacer la revolución!". O en lugar de ese sermón le das para que coma, que es lo que te está pidiendo. Yo me acuerdo de mi pobre abuelo; siempre que un mendigo le pedía, decía: "Tome buen hombre y gásteselo en vino". Yo cuando tenía 18 años siempre les daba —cuando tenía— a quienes me pedían. Entonces algunos compañeros progresistas discutían conmigo y me decían: "Con eso no haces más que fomentar la injusticia, tapar la cara del capitalismo; tiene que haber pobres y que se vean para crear conciencia de que hay que cambiar las cosas". Yo les replicaba: "Pero hombre, si estos no son actores pagados por el ayuntamiento, son pobres de verdad. Que tú te quedarás muy contento al ver este dramático panorama, pero ellos lo que quieren esta tarde es comer, igual que tú".

También es polémica la relación que se genera a partir de la existencia de las ONG. Una cosa es que se preocupen y actúen tratando de resolver problemas de pobreza, ecológicos y de diversa índole que afectan a millones de personas, y otra muy distinta es que su actividad reemplace a las obligaciones que tienen los Estados y los gobiernos. Porque se corre el riesgo de que estemos en presencia de organizaciones que terminan, con muy buena intención, actuando como sociedades de beneficencia, liberando a los gobernantes de aquellas tareas por las que los eligió la gente.

Claro, la beneficencia celebra la existencia de pobres, porque permite a las señoras ricas, además de vivir con una gran cantidad de comodidades, satisfacer su espíritu. Por supuesto, esto ocurría en el pasado lejano, cuando los ricos vivían con sentimiento de culpa frente a los miserables. Hoy los millonarios son unos tipos que viven contentísimos de sí mismos y no les preocupa su conciencia.

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