La alegría es el fruto del amor; es el resultado de alcanzar o cumplir una meta, un sueño o un ideal. Es compartir la vida con todos sus altibajos y desafíos, en compañía de los seres queridos.
El placer y la alegría se diferencian porque el placer pertenece a las sensaciones físicas, a los sentidos del cuerpo, mientras que la alegría corresponde al mundo de las emociones.
Para desarrollar la virtud de la alegría, debemos practicar el optimismo, la positividad, el servicio y la generosidad, entre otros valores.
Al recibir alegría de los demás, podemos experimentar cierto grado de felicidad, sin embargo, si somos capaces de dar alegría a otros, obtendremos aún más felicidad.
Un espíritu alegre está lleno de satisfacciones internas producidas por pequeñas y sabias actitudes cotidianas, tales como emprender con responsabilidad una determinada tarea que beneficie a la familia o a la comunidad, estudiar o trabajar con vocación de servicio, etc.
Cuando un artista, por ejemplo, ve reflejada su naturaleza interior en su obra, experimenta una alegría indescriptible, después de haber invertido su tiempo, talento, creatividad y energía.
Dedicarse a un trabajo creativo nos produce alegría, especialmente cuando la tarea concretada coincide con lo anteriormente proyectado en la imaginación.
La pérdida de algo o de alguien querido produce lo opuesto a la alegría, es decir la tristeza, sin embargo, si sabemos meditar y reflexionar acerca de los vaivenes de la vida, y rescatamos el lado positivo de dicha pérdida, nuestro sufrimiento se transforma en crecimiento para nuestro ser, el cual nos ayuda para madurar hacia un estado de mayor plenitud e integridad.
Para finalizar, una frase célebre del poeta hindú Rabíndranath Tagore:
“Yo dormía y soñaba que la vida era alegría. Desperté y vi que la vida era servicio. Serví y vi que el servicio era alegría.”
El placer y la alegría se diferencian porque el placer pertenece a las sensaciones físicas, a los sentidos del cuerpo, mientras que la alegría corresponde al mundo de las emociones.
Para desarrollar la virtud de la alegría, debemos practicar el optimismo, la positividad, el servicio y la generosidad, entre otros valores.
Al recibir alegría de los demás, podemos experimentar cierto grado de felicidad, sin embargo, si somos capaces de dar alegría a otros, obtendremos aún más felicidad.
Un espíritu alegre está lleno de satisfacciones internas producidas por pequeñas y sabias actitudes cotidianas, tales como emprender con responsabilidad una determinada tarea que beneficie a la familia o a la comunidad, estudiar o trabajar con vocación de servicio, etc.
Cuando un artista, por ejemplo, ve reflejada su naturaleza interior en su obra, experimenta una alegría indescriptible, después de haber invertido su tiempo, talento, creatividad y energía.
Dedicarse a un trabajo creativo nos produce alegría, especialmente cuando la tarea concretada coincide con lo anteriormente proyectado en la imaginación.
La pérdida de algo o de alguien querido produce lo opuesto a la alegría, es decir la tristeza, sin embargo, si sabemos meditar y reflexionar acerca de los vaivenes de la vida, y rescatamos el lado positivo de dicha pérdida, nuestro sufrimiento se transforma en crecimiento para nuestro ser, el cual nos ayuda para madurar hacia un estado de mayor plenitud e integridad.
Para finalizar, una frase célebre del poeta hindú Rabíndranath Tagore:
“Yo dormía y soñaba que la vida era alegría. Desperté y vi que la vida era servicio. Serví y vi que el servicio era alegría.”
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