Felicidades

La crisis está en el interior

En este fragmento de video extraido de la obra "El reto del cambio", Krishnamurti nos habla acerca de la crisis interna que origina la crisis externa y la necesidad de un cambio profundo en lo psicológico.




Lo haré hoy

Hoy eliminaré de mi agenda dos días: ayer y mañana. Ayer fue para aprender y mañana será la consecuencia de lo que hoy pueda realizar.

Hoy me enfrentaré a la vida con la convicción de que este día jamás volverá.

Hoy es la última oportunidad que tengo de vivir intensamente, pues nadie me asegura que mañana volveré a amanecer.

Hoy tendré la audacia de no dejar pasar ninguna oportunidad, mi única alternativa es la de triunfar.

Hoy invertiré mi recurso más importante: mi tiempo, en la obra más trascendental: mi vida; cada minuto lo realizaré apasionadamente para hacer de hoy un día diferente y único en mi vida.

Hoy desafiaré cada obstáculo que se me presenta con la fe de que venceré.

Hoy seré la resistencia al pesimismo y conquistaré al mundo con una sonrisa, con la actitud positiva de esperar siempre lo mejor.

Hoy haré de cada tarea ordinaria una expresión sublime.

Hoy tendré los pies en la tierra comprendiendo la realidad y tendré la mirada en las estrellas para inventar mi porvenir.

Hoy tendré tiempo de ser feliz y dejaré mi huella y mi presencia en el corazón de los demás.

Hoy, te invito a empezar un tiempo nuevo donde soñemos que es posible cuanto nos proponemos y lo realicemos con alegría y dignidad.


El mejor médico: La humildad

Un famoso autor fue invitado una vez por un renombrado cirujano a contemplar una difícil operación que iba a realizar. Mientras el cirujano llevaba a cabo los preparativos necesarios para la operación, parecía confiado, pero un poco nervioso. Luego, emprendiendo el camino hacia el quirófano, se detuvo un momento e inclinó la cabeza (mientras oraba en su interior). Más tarde, durante la operación, sus manos se veían sin nervios... se veían tranquilas.

Mucho tiempo después, el autor expresó su sorpresa de que un cirujano orase. Dijo: "Yo creía que un cirujano confiaba en su propia capacidad".

"Un cirujano es solamente un hombre", fue la contestación del médico. "No puede hacer milagros por sí mismo. Estoy seguro que la ciencia no podía haber avanzado tanto, si no fuera por algo más fuerte que el solo hombre".

Y después terminó el cirujano diciendo: "Me siento tan cerca de Dios cuando estoy operando, que no sé dónde cesa mi habilidad y comienza la suya".

Un espíritu de verdadera humildad es indispensable para evitar las trampas del orgullo y de soberbia.

El arco

El arco es la vida: dale toda tu energía.

La flecha partirá un día.

El blanco está lejos.

Pero el arco permanecerá siempre contigo, y hay que saber cuidarlo.

Necesita períodos de inactividad: un arco siempre armado, en estado de tensión, pierde su potencia. Por tanto, déjalo que repose y recupere su firmeza.

Así, cuando estires la cuerda, estará contento y con su fuerza intacta.

El arco no tiene conciencia: es un prolongamiento de la mano y el deseo del arquero. Sirve para matar o para meditar. Por ello, sé siempre claro
en tus intenciones.

Un arco tiene flexibilidad, pero también tiene un límite. Un esfuerzo más allá de su capacidad lo romperá, o dejará exhausta la mano que lo sostiene. Por lo tanto, procura estar en armonía con tu instrumento y no le exijas más de lo que te puede dar.

Un arco o bien reposa o bien se tensa en la mano del arquero. Pero la mano no es sino el lugar donde se concentran todos los músculos del cuerpo, todas las intenciones del tirador, todo el esfuerzo para el tiro. Por lo tanto, para mantener con elegancia el arco abierto, haz que cada parte dé sólo lo necesario, y no disperses tus energías.

De este modo, podrás disparar muchas flechas sin cansarte.

Para entender tu arco, es preciso que se convierta en parte de tu brazo y sea una extensión de tu pensamiento.

Paulo Coelho, El Camino Del Arco

La conversación con el demonio

El hombre mira el atardecer desde una bonita playa, junto a su mujer, en algún momento de sus merecidas vacaciones. Todo parece perfectamente en su sitio, y de repente, del fondo de su corazón, surge una voz simpática, amigable, pero con una pregunta difícil:

-¿Estás contento?

-Sí, sí que lo estoy –responde.

-Entonces mira detenidamente a tu alrededor.

-¿Quién eres tú?

-Soy el demonio. Y tú no puedes estar contento, pues sabes que, más tarde o más temprano, la tragedia puede irrumpir y desequilibrar tu mundo. Extiende tu mirada en torno, cuidadosamente, y entiende que la virtud es apenas uno de los lados del terror.

Y el demonio comienza a mostrar todo lo que está ocurriendo en la playa: El excelente padre de familia que en estos momentos está recogiendo los bártulos y vistiendo a los niños, al que le gustaría tener una aventura con su secretaria, pero no se atreve por miedo a la reacción de su mujer.

La mujer, a la que le gustaría trabajar y ser independiente, pero no se atreve por miedo a la reacción del marido.

Los niños, que se portan bien... por miedo a los castigos.

La jovencita que lee un libro, sola, en un chiringuito, fingiendo displicencia, cuando en lo más hondo está aterrorizada con la posibilidad de no encontrar nunca al amor de su vida.

El chico que juega a las palas, y está también aterrado por la presión de tener que satisfacer las expectativas de sus padres.

El viejo que no fuma ni bebe afirmando que así se siente con más energía para todo, cuando lo que sucede en realidad es que el terror a la muerte le susurra constantemente cosas al oído, como el viento.

La pareja que pasa corriendo, salpicando en el agua de la orilla, la sonrisa en los labios, y su terror encerrado bajo siete llaves, terror de hacerse viejos, de perder el atractivo, de depender de los otros.

El hombre que para su lancha a la vista de todos y saluda con la mano, sonriendo, muy moreno, carcomido por el miedo de perder su dinero en cualquier momento.

El dueño del hotel que sale a saludar a sus huéspedes cuando por fin el sol se esconde, procurando dejarlos a todos contentos y animados, apretando al máximo a sus contables, no obstante, por el terror que le aprieta el alma, pues sabe que, por más honesto que sea, los funcionarios del gobierno siempre acaban descubriendo los errores de la contabilidad.

Terror en cada una de esas personas de la bonita playa, en un atardecer de dejar con la boca abierta. Terror de quedarse solo, terror de la oscuridad que puebla la imaginación de demonios, terror de hacer cualquier cosa que se salga de las buenas costumbres, terror del juicio de Dios, terror de los comentarios de los hombres, terror de la justicia que castiga cualquier falta, terror de la injusticia que deja a los culpables en libertad para hacer más daño, terror de arriesgarse y perder, terror de ganar y tener que convivir con la envidia, terror de amar y ser rechazado, terror de pedir un aumento, de aceptar una invitación, de ir a lugares desconocidos, de no conseguir hablar en una lengua extranjera, de no ser capaz de impresionar a los demás, de hacerse viejo, de morir, de que sus defectos llamen la atención, de que sus virtudes no llamen la atención, de pasar desapercibido al no llamar l! a atención ni por sus defectos ni por sus cualidades.

-Espero que esto te haya dado algún consuelo. Al fin y al cabo, ahora sabes que no eres el único que tiene miedo.

-Por favor, no te vayas sin escuchar lo que tengo que decir –respondió el hombre. –Tenemos una facilidad asombrosa para detectar dolores, remordimientos, heridas... o terror, que es lo que a ti te gusta. Pero hace tiempo mi padre me contó la historia de un manzano que estaba tan cargado de manzanas, que no conseguía dejar que sus ramas cantasen con el viento. Alguien que pasaba por allí le preguntó por qué no intentaba llamar la atención como hacía el resto de los árboles. “Mis frutos son mi mejor propaganda”, respondió el manzano.

»Es verdad que no me diferencio gran cosa de los demás, y que mi corazón también alberga muchos miedos. Pero, a pesar de todo, los frutos de mi vida hablan por mí, y aunque un día pueda suceder una tragedia, sé que no he dejado correr mi vida sin arriesgar.

Y el demonio, decepcionado, se marchó a intentar asustar a algún otro más débil.

Paulo Cohelo
http://www.warriorofthelight.com/