El coraje de un niño es noticia

Un niño de 11 años nos da una clase de coraje y valentía salvando a uno de sus hermanos de sólo ocho meses. El pequeño alertó a toda su familia, mientras dormían, que se estaba incendiando su vivienda. Al darse cuenta que su pequeño hermano había quedado adentro, volvió a entrar, y entre las llamas lo salvó de una muerte segura.

A puro coraje, un nene de 11 años salvó del fuego a su hermano de 8 meses

En medio de la oscuridad de la madrugada, Fabricio comenzó a sentir calor. Creía que era un sueño. Abrió sus ojos y cuando vio fuego por todos lados alertó a su familia. En medio de los gritos y de la desesperación todos se levantaron y los padres y cinco de los seis hermanos salieron hacia la calle.

Sin embargo, el instinto protector de Fabricio, de apenas 11 años, lo llevó a presentir lo peor: su hermanito, Martín, de sólo ocho meses había quedado adentro mientras las llamas consumían la vivienda. Sin dudarlo un segundo, este pequeño héroe volvió a ingresar a su casa y, entre las llamas, logró rescatarlo y salvarle la vida.

Aunque todavía se desconocen las causas del incendio, la hipótesis principal que maneja el personal de bomberos de esta provincia, indica que las llamas habrían comenzado por una conexión eléctrica en mal estado.

El relato parece el extracto de una novela, pero el hecho fue real y ocurrió en la calle Charcas al 3300 en Barrio Pueyrredón de Córdoba Capital. Fabricio Brizuela, con su metro treinta de altura, se puso el traje de héroe y por su valentía, estuvo en boca de todos los cordobeses.

Con sus nervios a cuestas, las únicas palabras que Fabricio expresó a los medios fueron: "Estoy muy feliz de haber rescatado a mi hermanito".

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Otra reflexión sobre la paciencia

Los bienes y los males

Valiéndose de la debilidad de los Bienes, los Males los expulsaron de la Tierra, y los Bienes entonces subieron a los Cielos.

Una vez estando allí preguntaron a Zeus cuál debía ser su conducta con respecto a los hombres. Les respondió el dios que no se presentaran a los mortales todos en conjunto, sino uno tras otro.

Ésta es la razón por la que los Males, que viven continuamente entre los hombres, los asedian sin descanso, mientras que los Bienes, como descienden de los cielos, sólo se les acercan de vez en cuando.

Tengamos siempre presente que estamos continuamente acechados por los males para su acción inmediata, mientras que para recibir los bienes, debemos tener paciencia.

Un pequeño cuento sobre la paciencia

Abraham y el viejito

De acuerdo a una historia hebrea tradicional, Abraham estaba sentado afuera de su tienda una noche cuando vio a un hombre viejo, cansado por su edad y jornada, caminando hacia él. Abraham se levantó y corrió para saludarle y le invitó a llegar a su tienda. Allí Abraham lavó los pies del viejo hombre y le dio comida y bebida.

El viejito inmediatamente empezó a comer sin orar o declarar una bendición alguna. Así que Abraham le preguntó, “No adora usted a Dios?”

El viajero viejo le respondió diciendo, “Yo adoro solamente al fuego y no tengo reverencia hacia ningún otro dios.”

Cuando Abraham escuchó esto se molestó bastante y agarró al viejo por los hombros y lo echó fuera de su tienda al aire frío.

Cuando el viejito había partido del lugar, Dios llama a su amigo Abraham y le pregunta donde estaba el viejo extranjero. Abraham replicó, “Yo le eché fuera porque no te adoraba”.

Dios contesta, “He sufrido a este viejito por unos ochenta años a pesar de que me deshonra. ¿No pudiste tu aguantarle una sola noche?”

Thomas Lindberg

Un valor en decadencia: La paciencia

La paciencia no es pasividad ante el sufrimiento, no reaccionar o un simple aguantarse: es fortaleza para aceptar con serenidad el dolor y las pruebas que la vida pone a nuestra disposición para el continuo progreso interno.

A veces las prisas nos impiden disfrutar del presente. Disfrutar de cada instante sólo es posible con unas dosis de paciencia, virtud que podemos desarrollar y que nos permitirá vivir sin prisas. La paciencia nos permite ver con claridad el origen de los problemas y la mejor manera de solucionarlos.

La paciencia es la virtud por la que soportamos con ánimo sereno los males y los avatares de la vida, no sea que por perder la serenidad del alma abandonemos bienes que nos han de llevar a conseguir otros mayores.

La paciencia es una virtud bien distinta de la mera pasividad ante el sufrimiento; no es un no reaccionar, ni un simple aguantarse: es parte de la virtud de la fortaleza, y lleva a aceptar con serenidad el dolor y las pruebas de la vida, grandes o pequeñas. Identificamos entonces nuestra voluntad con la de esa “chispa” divina de la que procedemos, y eso nos permite mantener la fidelidad en medio de las persecuciones y pruebas, y es el fundamento de la grandeza de animo y de la alegría de quien está seguro de hacer lo que le dicta su propia conciencia.

La paciencia es un rasgo de personalidad madura. Esto hace que las personas que tienen paciencia sepan esperar con calma a que las cosas sucedan ya que piensan que a las cosas que no dependen estrictamente de uno hay que darles tiempo.

La persona paciente tiende a desarrollar una sensibilidad que le va a permitir identificar los problemas, contrariedades, alegrías, triunfos y fracasos del día a día y, por medio de ella, afrontar la vida de una manera optimista, tranquila y siempre en busca de armonía.

Es necesario tener paciencia con todo el mundo, pero, en primer lugar, con uno mismo.

Paciencia también con quienes nos relacionamos más a menudo, sobre todo si, por cualquier motivo, hemos de ayudarles en su formación, en su enfermedad. Hay que contar con los defectos de las personas que tratamos –muchas veces están luchando con empeño por superarlos-, quizá con su mal genio, con faltas de educación, suspicacias... que, sobre todo cuando se repiten con frecuencia, podrían hacernos faltar a la caridad, romper la convivencia o hacer ineficaz nuestro interés en ayudarlos. El discernimiento y la reflexión nos ayudará a ser pacientes, sin dejar de corregir cuando sea el momento más indicado y oportuno. Esperar un tiempo, sonreír, dar una buena contestación ante una impertinencia puede hacer que nuestras palabras lleguen al corazón de esas personas.

Paciencia con aquellos acontecimientos que llegan y que nos son contrarios: la enfermedad, la pobreza, el excesivo calor o frío... los diversos infortunios que se presentan en un día corriente: el teléfono que no funciona o no deja de comunicar, el excesivo trafico que nos hace llegar tarde a una cita importante, el olvido del material del trabajo, una visita que se presenta en el momento más inoportuno. Son las adversidades, quizá no muy trascendentales, que nos llevarían a reaccionar quizá con falta de paz. En esos pequeños sucesos se ha de poner la paciencia.

Autor desconocido

Pequeñas reflexiones sobre la paciencia

El arte y la ciencia no bastan, sino que es, además, indispensable la paciencia.

Johann Wolfang von Goethe


Adopte el ritmo de la naturaleza; su secreto es la paciencia.

Ralph Waldo Emerson


El hombre vulgar, cuando emprende una cosa, la echa a perder por tener prisa en terminarla.

Lao Tse


El que tiene paciencia, tendrá lo que quiera.

Benjamín Franklin


La paciencia es un árbol de raíz amarga pero de frutos muy dulces.

Proverbio persa


La paciencia es una sabiduría; el que sabe esperar siempre gana; los arrebatados ya estan vencidos, antes de haber empezado la carrera.

Autor desconocido


La paciencia tiene más poder que la fuerza.

Plutarco


No neguemos nada; no afirmemos nada; esperemos.

Arthur Schopenhauer


Si eres paciente en un momento de ira, escaparás a cien días de tristeza.

Proverbio Chino

Aprendemos a ser sociales desde nuestra lactancia

El vínculo emocional es lo más importante para comprender los sentimientos de los otros. Según este estudio los dos primeros años de vida son fundamentales para consolidar este aspecto. El departamento de Psicosomática Pediátrica de la Universidad de Múnich ofrece una terapia como medida preventiva.

Desde hace algunos años, Alemania se enfrenta una y otra vez a comportamientos calificados de “asociales”: una madre echa a su niño de cuatro años al río; adolescentes atacan en grupo a un hombre, lo apalean y graban el ataque en su teléfono móvil. La falta de vínculos emocionales a edad temprana es, según Karl-Heinz Brisch, director de la sección de Psicosomática Pediátrica del Hospital Haunerschen y catedrático en la Universidad Ludwig Maximilian de Múnich, una de las principales causas de este comportamiento inhumano.

El cuidado elimina miedos

Tan pronto se corta el cordón umbilical, el recién nacido precisa inmediatamente de una relación emocional con otro ser humano. Sólo así se siente bien recibido. En caso de que carezca de ella, el bebé se siente descuidado. Las consecuencias son graves.

Según explica Brisch, si un niño tiene una relación emocional segura durante los dos primeros años de vida, en general siente menos miedo y puede descubrir el mundo más libremente. Por el contrario, si los mayores a su alredor son insensibles o lo tratan mal, el niño les tiene miedo. Esto se traduce, también, en miedo al mundo, en incapacidad para aprender y en dificultad para establecer relaciones; también origina agresividad en los conflictos relacionales.

“La falta de vínculo emocional se transforma en la incapacidad para comprender los motivos, las intenciones y los sentimientos de los otros”, asevera Brisch. Es decir, tales personas no acaban de comprender que “el otro” es un ser humano con pensamientos e intenciones propias.

Golpear al caído

¿Explicaría esto el acto de apalear a una persona caída? “Por supuesto”, responde Brisch, “si una persona, en una situación violenta, está en el suelo, sólo por instinto de conservación de la especie un ser humano dejaría de golpear al caído”. Cuando en tal situación, el agresor continúa ejerciendo violencia sobre el otro, estamos frente a una disfunción de la emocionalidad; el umbral entre la violencia y el homicidio no existe. Este umbral impide, en casi todas las especies, que las luchas al interior de la manada acaben con ella.

Terapias a edad temprana

El departamento que dirige Brisch ofrece para esos casos programas de asistencia temprana, uno de ellos es “Observación del bebé”, en cuyo marco niños en edad preescolar observan cómo una madre trata a su recién nacido. ¿El efecto? Generar empatía, la capacidad para comprender al otro.

Según Brish, el efecto es cuantificable: los niños que han asistido al programa juegan más en grupo y son menos agresivos. Aunque una terapia de este tipo es costosa –54 sesiones, una vez por semana, oscilan entre los tres y los seis mil euros-, “cuando la incapacidad de comprender al otro se origina en la falta de vínculo a edad temprana, hay que actuar terapéuticamente durante la infancia”, explica Brisch y añade: “de lo contrario, los niños llegarán a adultos con ese tipo de comportamiento”.

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Las dimensiones de la avaricia

Hoy quiero compartir con ustedes estas inteligentes reflexiones del filósofo Fernando Savater.

Los siete pecados capitales

Dar al dinero más importancia de la que tiene, convirtiéndolo en un fin en sí mismo es lo que distingue la avaricia del ahorro, afirma el filósofo español. Así, el avaro pierde de vista toda relación humana porque no reconoce que en cada intercambio reside algo muy profundo: la sociabilidad. En un recorrido por la historia, la filosofía y la literatura desde la antigüedad hasta nuestros días, el autor de "Etica para Amador" hace una radiografía reflexiva y aguda del pecado capital escogido para la segunda entrega de esta colección.

La avaricia

Vivir para acumular millones, caiga quien caiga, no es un buen objetivo. Pero tampoco es un delito, basta con observar cómo engordan y crecen las grandes corporaciones. Son los que dicen: mi trabajo es ganar dinero; el más listo es el que más gana; hay que inventar trucos para ganar más. "¿Por qué me voy a regular?; voy a por todas."

Cuando yo era chico existía la idea del fair play, de lo decente, de que las cosas debían tener una dimensión social y un límite. Esa forma de encarar la vida y los negocios ha desparecido.

La avaricia en la antigüedad era vista como un vicio en sociedades en las que el ahorro era una virtud. Había que distinguir a la persona ahorrativa, que tenía conciencia de sus obligaciones familiares del manirroto. El avaro era el que llevaba el ahorro a situaciones grotescas. No atendía bien ni a sus seres queridos, ni a sí mismo. Lo único que le interesaba era acumular un capital que no se utilizaba para nada. Lo característico del avaro es que esteriliza el dinero, que en lugar de estar en movimiento queda paralizado. Así convierte un elemento fluido y útil en algo totalmente inservible.

Nuestra sociedad, en cambio, incita al derroche, al consumo y al gasto. El sistema considera subversivo frenar el flujo monetario.

La avaricia además ha inspirado magníficas obras, como por ejemplo El avaro de Molière. Allí retrató la esencia de un hombre capaz de vender su alma por dinero. La obra muestra una viva pintura de la avaricia, con la más alta comicidad y el más fino sentido satírico. El autor se apoya en el sentido común, acepta al mundo con franqueza y procura mostrar que los excesos en todo género son fatales para la vida social normal.

Otra dimensión de la avaricia es la usura, que ha sido tradicionalmente denunciada. Llamamos usureros a aquellos que utilizan el dinero como una forma de obtener más dinero. Pero es una situación que está generalizada, por ejemplo en los bancos y las tarjetas de crédito. Estamos en manos de usureros internacionales que nos cobran por nuestro dinero. El caso más frecuente sucede cuando te llega un cheque al banco el lunes y recién te lo acreditan el viernes, sin que puedas hacer nada frente a esta maniobra tan extendida.

Una de las historias más polémicas respecto de este tema fue el enfrentamiento de Felipe el Hermoso, rey de Francia, con la orden de los Templarios. Estos caballeros comenzaron como un pequeño grupo militar en Jerusalén, cuyo objetivo era proteger a los peregrinos que visitaban Palestina luego de la Primera Cruzada. Con el correr de los años lograron concretar un sistema de envío de dinero y suministros desde Europa a Palestina. Desarrollaron un eficiente método bancario con el que se ganaron la confianza de la nobleza y los reyes. Así erigieron una enorme fortuna y quedaron rodeados de deudores en muchos casos quebrados y sin posibilidad de devolver lo que habían pedido. Pero en 1307 uno de sus deudores Felipe IV el Hermoso de Francia, junto con el Papa Clemente V, se confabularon y detuvieron al gran maestre francés, Jacques de Molay y a sus principales lugartenientes, todos acusados de sacrílegos y de mantener relaciones con Satanás. Bajo tortura la mayoría de los apresados fueron quemados en la hoguera. Poco después el Papa suprimió la orden templaria y sus propiedades fueron asignadas a sus principales rivales, los Caballeros Hospitalarios, aunque la mayor parte quedó en manos del rey francés y de su colega inglés, Eduardo II.

En este caso en lugar de liquidar la deuda, los deudores decidieron liquidar a los acreedores. Allí hubo una pugna de poder y dinero.

Lo curioso es que el catolicismo ha sido muy severo con la usura, pero también con el comercio y con el dinero en general. En cambio fue muy favorable al poder, la gloria y el triunfo militar. La histórica visión católica pasaba por el guerrero, el luchador del mundo, el arcángel San Gabriel como una especie de capitán de los ejércitos celestiales. Frente a esta imagen se plantaron los protestantes, quienes aceptaron con mayor beneplácito al dinero, al comercio y al negocio, mientras que desconfiaban de la gloria de los grandes capitanes.


Usura, bancos y religión

A diferencia del gozador, el avaro endiosa el cheque. Por ejemplo, el lujurioso no quiere un cheque, quiere una moza. El cheque en definitiva es un trámite para llegar ella. Pero para el avaro lo importante es el cheque y no lo que puede conseguir con él. La felicidad está en tener el cheque.

Uno debe saber, como contrapartida, que por mucho dinero que tenga no va a poder encontrar más cosas de las que se pueden hallar. Porque al final, una vez que has comido tres veces al día, has follado razonablemente, has visitado algunos lugares en el mundo y tienes buena salud, no queda gran cosa por hacer. Te puedes dedicar a la poesía, a escuchar grandes obras musicales, a escribir, pero no mucho más. Los placeres materiales tienen un catálogo muy reducido. Todos sabemos que lo que se puede obtener no es infinito, pero al menos es indefinido mientras está en forma de dinero. Mientras tú lo tienes en la cartera imaginas que existen posibilidades ilimitadas de conseguir cosas, que pueden llegar a ser decepcionantes una vez que has cumplido con esos deseos.

La avaricia consiste en darle al dinero más importancia de la que tiene. Convertir un medio en un fin. El dinero no es más que dinero. Cuando mueres y dicen de ti: "Dejó una fortuna". Hombre… me parece bien dejar hijos, libros, obras, recuerdos, hasta dejar enemigos. Todo esto tiene cierta gloria, pero dejar dinero es una tontería. Se trata de una oportunidad no aprovechada. Dejar 300 millones en el banco, es perder 300 millones de oportunidades de habérsela pasado bien.

En el fondo, el dinero es la más melancólica de las cosas que puedan obtenerse. Cuando llega el día del último viaje, tú puedes decir: "Que me quiten lo bailado". Es decir, que me saquen lo que he comido, lo que he bebido, lo que he follado y lo que me he divertido. Pero el dinero nunca me lo podrán quitar porque me lo he gastado en todo lo anterior.

Sin embargo, la avaricia como todos los pecados tiene su lado bueno. El afán de poder y de gloria es ilimitado, o sea que no hay modo de controlarlo. En cambio la ambición de dinero es calculable.

De hecho, entre los siglos XV y XVI, los grandes de este mundo pasaron de ser guerreros predatorios a ser financieros brutos, algo que muchos de sus vasallos vivieron como una mejora, porque alguien que sólo quiere dinero es predecible. El problema es cuando quieren salvar tu alma. Es mucho más fácil entendérselas con Al Capone que con Osama Ben Laden. Capone era una persona como nosotros, con un poquito menos de escrúpulos. Lo que quería Al, era más o menos lo mismo que los demás: comer, follar, ser rico, aunque con métodos cuestionables, y que si bien no son justificables podemos llegar a entender. En cambio, no sabemos lo que quiere Ben Laden. Es parecido a los nobles de los siglos XI y XII que pretendían ser el brazo más fuerte de la cristiandad. Eran personajes indomables, porque deseaban cosas que nadie les iba a dar, que sólo las conseguían arrebatándolas. Si tú quieres la gloria, tienes que tomarla tú mismo, esa es la gracia de lo glorioso. Sólo cuando el poder era absolutamente insobornable se ejercía sin piedad y aplastando a los demás. Todo esto cambió cuando se pudo sobornar y comprar, aunque fuera parcialmente, al poder para que te dejara tranquilo. Pese a lo concreto que parece, el dinero es el más inmaterial de todos los bienes.

El pensador alemán Arthur Schopenhauer decía que el dinero es felicidad abstracta. Ser feliz porque tienes una gran cuenta en el banco, o porque guardas un gran saco con oro debajo de la cama, es algo completamente imaginario. Comprendo que alguien se sienta feliz porque tiene en sus brazos a una mujer hermosa, en su mesa una comida estupenda y una botella de vino incomparable. Yo no termino de entender a aquellos que se sienten felices cuando ven un cheque, que sólo son unas palabras y algunos números.

Pasé mi niñez en el seno de una familia que no vivió apremios económicos, pero siempre tuvimos la sensación de que el derroche era hasta algo indecente. No nos importaba gastar en un libro caro, pero sí en un pantalón de precio exorbitante, cuando se podía conseguir prácticamente lo mismo mucho más barato.

El dinero es el elemento más social que existe. Las personas que creen en él por sobre todas las cosas están enfermas de socialización, porque confían en que todos los demás tocan su misma cuerda. Los suicidios por cuestiones económicas suceden cuando el acuerdo social se ha roto, y acciones que valían tantos millones de dólares dejan de tener valor alguno. Allí está la gente que se pega un balazo, porque toda su fe estaba puesta en la invulnerabilidad de ese acuerdo, que al desaparecer lo deja sin lugar de donde agarrarse.

Igual ocurre con el crédito que transforma al dinero en el máximo ícono de credulidad humana. Todo comenzó con piezas que tenían cierto valor intrínseco: una moneda de oro que pesaba una libra, y que en último término sabías que la podías utilizar para hacerte unos pendientes. El dinero se ha vuelto algo más sutil. Hoy los billetes son cantidades que cambian de columnas en una computadora a velocidad de vértigo, y de una cuenta en Hong Kong pasan a otra en Nueva York. La moneda se ha transformado casi en un elemento del pasado.

Lo que da fuerza al dinero es la necesidad de intercambio, que los seres humanos requieran cosas unos de otros. Si no se deseara nada, no hubiese tenido sentido inventar el vil metal. Lo que permite el dinero es generar un elemento que te da acceso a algo que tiene otro y tú quieres. De no existir, las variantes serían pocas: el trueque, pero allí necesitas que al otro le interese lo que tú le ofreces; o lisa y llanamente sacárselo por la fuerza, robarle o estrangularlo. Pero el avaro es el que convierte este acuerdo social en una idolatría, sin entender la utilidad del dinero, que es absolutamente virtual. Si se tratase de cupones que dijeran: "vale por un frigorífico" o "vale por una merluza en salsa verde", tendría un interés más limitado, ya que si no te gusta la merluza no sabes que hacer con ese vale. La gracia del dinero es que tiene un número y no te dice qué puedes hacer con él.

El avaro gusta de la virtualidad, pero pierde de vista la relación humana. No admite que el intercambio tiene algo muy profundo que es la sociabilidad. Hemos inventado una cosa muy sofisticada para ofrecer y recibir prestaciones, pero aparte de un recurso técnico, de un truco para arreglarnos, alude a algo más profundo: que no podemos vivir sin los demás.


Ni dinero, ni caricias, ni abrazos

Respecto de este tema a comienzos del siglo pasado y bien entradas las décadas, la idea era que los padres tenían que ser muy distantes con sus hijos. Se consideraba que se los malcriaba al prodigarles demasiado cariño. Estábamos frente a una avaricia de sentimientos. Recuerdo que mi padre hablaba de usted con mi abuelo. Los hombres además debíamos ser mucho más contenidos en todas nuestras manifestaciones, no se podía mostrar ternura, afectuosidad y mucho menos llorar porque era tomado como una pérdida de masculinidad. Se inculcaba una avaricia sentimental.

Hay una escena emocionante en el final de El rey Lear. Cuando muere Cordelia, Lear descubre que ya no le puede decir todo lo que ha sido para él. Allí se muestra como un hombre que cae tarde en la cuenta de haber estado toda la vida acorazándose, cerrado al amor por orgullo y egolatría.

El avaro quiere salvarse de los demás, y no contaminarse con ellos. El que dedica su vida a cuidar leprosos, entiende mejor el sentido del dinero, que aquel que lo esconde en un rincón. Porque si bien no ahorra, celebra la relación social. Los hombres tenemos que ayudarnos, no por una bondad natural sino porque nuestra condición hace imprescindible que dependamos los unos de los otros. Por lo tanto, el avaro es el glorificador de un aspecto de la relación social que no entiende, porque de hacerlo, se dedicaría a los demás y no al ahorro desmedido.

Nadie disfruta tanto de la riqueza como quien sueña poder acceder a ella. Supongo, porque nunca lo he vivido, que el millonario vive atento a los problemas y las asechanzas. Pero el que sueña con los millones del otro, lo imagina como algo que jamás tendrá. Pura felicidad absoluta.

La avaricia fue el gran argumento que sirvió para sembrar el antisemitismo. En muchos países de Europa, a los judíos no se les permitía tener tierras, ser nobles, armar ejércitos. Lo que ganaban en el comercio, lo tenían que invertir en negocios de especulación económica. Sólo podían ser banqueros, porque no les dejaban crecer en otra dirección. Pero luego, se los acusaba de tener un negro corazón, por ocuparse fundamentalmente de cuestiones relacionadas con el dinero. Lo curioso es que se creó una gran casta de banqueros y financistas, pero los mismos que les impedían otros caminos, eran quienes les reprochaban sus habilidades.


Los límites de la generosidad

La contrapartida de la avaricia es la generosidad. Pero en realidad sólo puedes ser generoso si tienes poder. Ayuda al otro el que tiene excedentes, capacidad y elementos para hacerlo. El enfermo terminal o el mendigo, por ejemplo, por más que lo quieran, no pueden ejercer su generosidad, porque les faltan fuerzas o recursos. Es una virtud que promueve el utilizar en beneficio de otros, bienes que se podrían aprovechar exclusivamente para uno. Lo importante no es el método que usamos para el intercambio social, sino el mantenimiento social en sí mismo. El hombre de fortuna tiene que entender lo siguiente: "Usted se ha hecho rico por su talento, su astucia, su falta de escrúpulos, pero en último término lo hicieron millonario los demás, la sociedad en su conjunto."

Quienes merecen un análisis aparte son los políticos, una verdadera casta poco generosa en el mundo. Suelen ser tan sectarios, que ante la posibilidad de que se realice una obra pública o se tome una medida que beneficie a la comunidad, preferirían que no se concretara, si es un partido adversario el que puede llevarse el mérito. El dinero no es el motivo fundamental de su avaricia, sino la reputación y la búsqueda de reconocimiento que es en lo que basan su prestigio para obtener más poder. Los partidos políticos son sectarios casi hasta la caricatura. Son incapaces de reconocer un acierto o tener un gesto generoso para el adversario si esto disminuye sus posibilidades publicitarias.

Otra eterna pregunta es: si tú vas por la calle y un pobre te pide dinero ¿qué tienes que hacer? Decirle: "¡Sublévese contra el mundo capitalista, ¡hay que hacer la revolución!". O en lugar de ese sermón le das para que coma, que es lo que te está pidiendo. Yo me acuerdo de mi pobre abuelo; siempre que un mendigo le pedía, decía: "Tome buen hombre y gásteselo en vino". Yo cuando tenía 18 años siempre les daba —cuando tenía— a quienes me pedían. Entonces algunos compañeros progresistas discutían conmigo y me decían: "Con eso no haces más que fomentar la injusticia, tapar la cara del capitalismo; tiene que haber pobres y que se vean para crear conciencia de que hay que cambiar las cosas". Yo les replicaba: "Pero hombre, si estos no son actores pagados por el ayuntamiento, son pobres de verdad. Que tú te quedarás muy contento al ver este dramático panorama, pero ellos lo que quieren esta tarde es comer, igual que tú".

También es polémica la relación que se genera a partir de la existencia de las ONG. Una cosa es que se preocupen y actúen tratando de resolver problemas de pobreza, ecológicos y de diversa índole que afectan a millones de personas, y otra muy distinta es que su actividad reemplace a las obligaciones que tienen los Estados y los gobiernos. Porque se corre el riesgo de que estemos en presencia de organizaciones que terminan, con muy buena intención, actuando como sociedades de beneficencia, liberando a los gobernantes de aquellas tareas por las que los eligió la gente.

Claro, la beneficencia celebra la existencia de pobres, porque permite a las señoras ricas, además de vivir con una gran cantidad de comodidades, satisfacer su espíritu. Por supuesto, esto ocurría en el pasado lejano, cuando los ricos vivían con sentimiento de culpa frente a los miserables. Hoy los millonarios son unos tipos que viven contentísimos de sí mismos y no les preocupa su conciencia.

Fuente

Una enseñanza sobre la avaricia

El avaro y el oro

Un avaro vendió todo lo que tenía de más y compró una pieza de oro, la cual enterró en la tierra a la orilla de una vieja pared y todos los días iba a mirar el sitio.

Uno de sus vecinos observó sus frecuentes visitas al lugar y decidió averiguar que pasaba. Pronto descubrió lo del tesoro escondido, y cavando, tomó la pieza de oro, robándosela.

El avaro, a su siguiente visita encontró el hueco vacío y jalándose sus cabellos se lamentaba amargamente.

Entonces otro vecino, enterándose del motivo de su queja, lo consoló diciéndole:

Da gracias de que el asunto no es tan grave. Ve y trae una piedra y colócala en el hueco. Imagínate entonces que el oro aún está allí. Para ti será lo mismo que aquello sea o no sea oro, ya que de por sí no harías nunca ningún uso de él.

Valora las cosas por lo que sirven, no por lo que aparentan.

Esopo

Pequeñas reflexiones sobre la avaricia

Avaro es el que no gasta en lo que debe, ni lo que debe, ni cuando debe
Aristóteles

El juego es hijo de la avaricia, pero padre del despilfarro.
Charles Caleb Colton

La avaricia arrebata a los demás lo que se niega a sí misma.
Lucio Anneo Séneca

La avaricia es de naturaleza tan ruin y perversa que nunca consigue calmar su afán: después de comer tiene más hambre.
Dante Alighieri

Los celos son una mezcla explosiva de amor, odio, avaricia y orgullo.
Alphonse Karr

Reconoce tus fortalezas pero también tus debilidades

El águila, el cuervo y el pastor

Lanzándose desde una cima, un águila arrebató a un corderito.

La vió un cuervo y tratando de imitar al águila, se lanzó sobre un carnero, pero con tan mal conocimiento en el arte que sus garras se enredaron en la lana, y batiendo al máximo sus alas no logró soltarse.

Viendo el pastor lo que sucedía, cogió al cuervo, y cortando las puntas de sus alas, se lo llevó a sus niños.

Le preguntaron sus hijos acerca de que clase de ave era aquella, y les dijo:

- Para mí, sólo es un cuervo; pero él, se cree águila.

Esopo

Música para encontrar la Paz y la Tranquilidad

La música fue compuesta y es interpretada por John Herberman. Los sonidos de la naturaleza fuero grabados y mezclados por Dan Gibson.